lunes, 20 de diciembre de 2010

Tokio Blues (Norwegian Wood), de Haruki Murakami

No había podido escribir, estaba ocupada leyendo mi segunda novela de Murakami. Debe ser uno de los libros más tristes con que me he encontrado en la vida.

Watanabe es un adolescente enamorado. Naoko la mujer de sus sueños. Midori su mejor amiga. La historia de Watanabe transcurre en la cotidianidad, entre sus clases de literatura y sus trabajos de medio tiempo. A diferencia de "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo", no me pareció que acá hubiera una transformación en el protagonista. Más bien, era el descubrimiento de sí mismo. El proceso natural de crecer a golpes.

Los personajes de Murakami, otra vez, me parecieron tan complejos y dotados de una tristeza tan profunda, de un desencanto tan intenso, que tuve que leer de a poco. A ratos. "Tokio Blues" no es un libro largo,  pero se me hizo eterno. Como si el dolor de Watanabe no fuera a terminar nunca. Cuando leí la última página hace unas dos horas, me dio la impresión de haber dejado una parte de mí en el mundo de Murakami. Y es una impresión que no se me quita.

martes, 14 de diciembre de 2010

Carlos Cuauhtémoc Sánchez

Carlos Cuauhtémoc Sánchez debe ser el peor escritor del mundo. En serio. Porque no se trata sólo de que sus temáticas sean patéticas y de que su absurda visión de la realidad date del siglo II. Se trata, también, de que sus textos son ñoños, mamones, melosos y fomes y sus historias parecen sacadas de testimoniales gringos noventeros.



Es cierto, dejé de leer a Cuauhtémoc a los quince años. Pero debo haber pasado por cinco o seis de sus libros antes de abandonarlo. Por supuesto "Juventud en éxtasis", "Un grito desesperado" y "La fuerza de Sheccid" estuvieron entre ellos. En mi adolescencia estaba demasiado de moda como para ignorarlo. Ahora doy gracias de que nadie, bajo ninguna circunstancia, me pueda incitar a leerlo otra vez.

No tengo nada contra la autoayuda. De hecho, a veces  me gusta. La autoayuda bien escrita tiene muchos beneficios. Mejora el ánimo, entretiene, da risa. Pero Cuauhtémoc Sánchez no logra ninguna de las anteriores. Por lo menos no conmigo.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Corazón de tinta, de Cornelia Funke

Cuando llegué a la oficina el martes, la Maga había dejado este libro en mi escritorio. Así que lo leí. Y me gustó.

En "Corazón de tinta" no existe la línea divisoria entre fantasía y realidad. Todo puede pasar. Los malos son realmente malos, y los buenos son demasiado buenos. La protagonista tiene doce años y una valentía digna de heroína de historia clásica. El papá de Meggie, por su parte, es un hombre enamorado del recuerdo de su mujer que está dispuesto a todo para recuperarla. Y Capricornio y Basta dan miedo de sólo pensarlos.

Este libro me recordó que a los diez años escribí mi primer cuento. Se trataba de una niña que escribía un cuento - autorreferencia desde el principio - y cuando terminaba los personajes se escapaban de las páginas y se mezclaban con la realidad.

Lo mejor de leer historias fantásticas es que hace que los días pasen más rápido. Claro que, como me dijo una siquiatra una vez, mi mente no tiene filtro. Pienso todo como si fuera de verdad. Como si viviera en una historia fantástica constante. Y ahí, en particular, es donde este tipo de libros toca mi fibra sensible. Me siento identificada con la facilidad que tiene la gente para creer, con la teoría de que los buenos siempre ganan, y con el anhelo de pertenecer a algún mundo por completo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Jane Eyre, de Charlotte Brontë

Debo haber tenido nueve años la primera vez que leí la historia de Jane Eyre. Creo que, hasta ahora, nunca he vuelto a encontrar algo tan trágico. Jane es una niña huérfana y maltratada por la vida que se termina convirtiendo en una institutriz enamorada de su jefe que tiene un pasado demasiado oscuro como para poder hacerla feliz. En una parte del libro tiene tanta hambre, que se come la comida de los animales. Así de trágico es. Pero me encanta. No lo puedo evitar.


Me acuerdo de haber pasado varios años de mi infancia obsesionada con este libro. De hecho, lo releí  muchas veces, la última hace poco, y siempre ha tenido ese mismo efecto. Me deja pensando, cuestionándome si será real. Si alguien puede sufrir tanto y no morir en el intento. Además, en lugar de convertirse en una mujer agria y desconfiada, Jane es dulce y resuelta. Representa lo mejor de la humanidad.

No creo que Charlotte Brontë, hace dos siglos, haya podido dimensionar el alcance que tendría Jane en mi vida. Es la historia que aún hoy, a mis 26 recién cumplidos, me hace creer que la lealtad, la tenacidad y el amor siempre terminan triunfando. Que hay algo más que defender que los propios intereses. Que al final, y aunque no lo parezca, todo esfuerzo tiene su recompensa.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Apología de Sócrates, de Platón

Cuando estaba en cuarto medio tuve un pololo que amaba la filosofía. Como a mí también me gusta, nos pasábamos tardes enteras discutiendo la existencia de Dios y el sentido de la vida. Era de las pocas cosas que teníamos en común. Él era estudiante de bioquímica, yo escolar y humanista, negada para lo científico. Nos conocimos en el coro de la parroquia. Es que antes de ser tan escéptica, fui muy católica. No sé a cuánta gente le pasa eso, pero no creo que sea poca.

Él me regaló este libro para mi cumpleaños. La defensa de Sócrates de la verdad y de su derecho a enseñar y a ser libre me fascinaron. Me encantó que no quisiera salvar su vida a costa de cambiar sus ideales. Me pareció noble. Un poco iluso quizá, pero bueno. Además, me gusta leer a Platón. Es sencillo, asequible, entretenido. Es filosofía de la más lógica, de la que uno se está preguntando todos los días. Platón aborda temas que siempre están vigentes, que tienen que ver con los valores universales y las distintas maneras de comprenderlos.

La Apología de Sócrates no se trata de elucubraciones vagas sobre el mundo de las ideas. Es, a mi juicio, un tratado inteligente sobre el mundo real. Algo que siempre vale la pena leer.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami

Gracias a un comentario anónimo en mi blog, compré y leí a Murakami. Y me encantó.

Siempre he creído que esto que vemos no puede ser lo único. Al mismo tiempo que me obsesiona, esa posibilidad también me fascina. No se trata del concepto de la sombra, claro, ni de que todos somos varias personas dentro de un cuerpo, ni de que tenemos varias vidas para evolucionar. Es distinto. Tengo la sensación constante de que vivimos en la fantasía, en el absurdo. Porque resulta que nos ponemos zapatos para caminar sobre cemento y tomamos micros para cumplir con horarios y trabajamos nueve horas al día para ganar un sueldo y todo eso, todo de lo que dependemos, por lo que peleamos, lo que nos preocupa, lo inventamos nosotros mismos. Somos prisioneros de nuestras creaciones.

En este libro, Tooru Okada vive el proceso de dejar de ser un autómata y convertirse en persona. Logra dejar de lado los convencionalismos, la idea de lo que es normal, de lo que puede y no puede pasar. Pierde todo sentido de lo lógico, racional y adecuado. Empieza a ser capaz de ver lo que hay detrás de las máscaras. Y, al mismo tiempo, puede aceptar las cosas tal como vienen. Tooru Okada juzga poco. En los mundos paralelos pasan muchas cosas. Pueden ser buenas, malas, verosímiles o ridículas, pero a él no le importa. Simplemente deja que pasen.

Me gustó Murakami porque escribe muy bien. Explora lugares poco comunes, se adentra en la profundidad del ser humano, y es capaz de volver a la superficie y contarlo todo de una manera sencilla. Leerlo fue una excelente experiencia.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Saga Crepúsculo, de Stephenie Meyer


Siempre termino leyendo lo que esté de moda. Para poder opinar con propiedad, digo yo. Porque aunque Mark Twain haya dicho que la persona que no lee buenos libros no tiene ninguna ventaja sobre la que no sabe leer, soy de la idea de que determinar si un libro es bueno o malo va más allá de cómo está escrito o qué tantas posibilidades tenga de convertirse en un clásico.

Me encantó la saga Crepúsculo. Amé a Edward y quise ser Bella. Me reí, me emocioné, me entretuve. Vi las películas y me sentí como una adolescente con las hormonas revolucionadas. Stephenie Meyer me devolvió en cuatro libros la libertad de creer en lo imposible. Por eso los defiendo a ultranza. Defiendo la posibilidad de que cada uno pueda elegir qué quiere considerar un libro bueno.

Para mí siempre van a ser los que me conmuevan, de cualquier forma. Los libros que me recuerden algo, que me den nostalgia o risa, o ganas de llorar o de correr bajo la lluvia, o de enamorarme. Los que me hagan salir un rato de la oficina, del escritorio blanco, del piso dieciséis donde paso tantas horas de mi vida. Los libros que, independiente de cómo estén escritos, despierten alguna parte dormida de mí. En este caso, los libros de vampiros sentimentales. Así no más.