jueves, 21 de abril de 2011

Como agua para chocolate, de Laura Esquivel

Me encanta la lluvia. Amo sentarme a mirar por la ventana cómo se deshace el cielo mientras me tomo un té chai. Además, me hace pensar en historias antiguas, en el sentido de la nostalgia y el amor. Hace que me den ganas de escribir sobre este libro.

Desde que leí "Como agua para chocolate", nunca más pude cocinar sin la certeza de que mis emociones quedarían impregnadas en la comida. Por eso ahora cuando preparo queques o tortas trato de pensar en cosas dulces, como mis navidades de chica y el momento exacto en que conocí a mi novio. Si la comida es salada, en cambio, a veces prefiero recordar noches de carrete en la playa con mis amigas, o el borde de un vaso de tequila margarita. Para lo amargo soy experta. La adolescencia me dio bastante material. Y si es ácido, bueno, me río un poco de la gente mientras cocino y listo. Qué decir de lo agridulce. Ahí no necesito pensar en nada. La vida entera es agridulce.

Esquivel escribió una historia a través de la comida. Yo preparo comida en base a historias. Y si algo me han entregado estos dos meses en el sur, ha sido mi creatividad de vuelta. Esa misma que había perdido en la oficina del piso dieciséis. La que me permite cocinar como si fuera lo único y lo más importante, como si cada cucharada de arroz con leche y cada pedacito de quiche de cebolla tuviera también un pedacito de mí. Por eso le agradezco a Laura y a la lluvia. Por regalarme instancias para descubrir mi alma.

lunes, 18 de abril de 2011

Inefable

Anoche, mientras no podía quedarme dormida, pensaba que quizá lo que me falta es escribir. Es que antes yo escribía siempre. Tenía mis cuadernos, mi blog que hacía las veces de diario de vida, y un montón de papeles sueltos que llenaba con ideas en cafés o restaurantes. Ahora, en cambio, me cuesta. Y no es por falta de tiempo, eso está claro. Pueden ser falta de ideas. Falta de  realidad. Falta de fe. Qué sé yo. Lo cierto es que necesito escribir. Cualquier cosa. Y que me lean. Como cuando estaba en el colegio, y hacía pública mi vida privada con letras de colores.

Es cierto, ahora cocino. Veo películas viejas. Bordo. Leo. Camino mucho más que antes, por lo menos mucho más que todas las veces en que he tenido trabajo estable o cualquier otra responsabilidad. Pero las palabras se me quedan atascadas en la mano, pierdo los lápices, dejé mis cuadernos en Santiago - no tengo claro por qué, a veces pienso que para no dejar espacio a la nostalgia - y siento el vacío de no tener nada que decir.

Puede que no escriba bien, que nunca llegue a cumplir el sueño eterno de publicar algo, que mis nociones vagas de la realidad no le interesen a nadie más que a mí, pero ninguno de esos debiera ser motivo para quedarme callada. Cuando no escribo es como si me quitaran la voz, como si me encerraran en un lugar oscuro y solo, como si ya no pudiera sentir. Como si me faltara el aire.

Hoy no encontré ningún libro para explicar lo que me pasa. Es temprano. Miro el fuego prendido y la mañana un poco oscura y escucho a Joaquín Sabina.

martes, 5 de abril de 2011

El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder

Filosofía fue mi carrera frustrada. Ahora que han pasado algunos años, pienso que hubiera dado un poco lo mismo si hubiera terminado siendo filósofa en lugar de periodista, pero al momento de decidir no se me hubiera ocurrido. Los filósofos no tienen pega, pensaba. Como si los periodistas tuviéramos.

"El mundo de Sofía" fue una revelación para mí. Me di cuenta de que no era la única que se cuestionaba el sentido de la existencia a los quince años. Ayer lo encontré en un café de Puerto Montt y lo empecé a leer de nuevo. Y me sigo preguntando lo mismo. De dónde venimos, hacia dónde vamos, quiénes somos. Me doy cuenta de que antes de nacer yo no existía pero el mundo sí, y que va a seguir existiendo después de que yo muera. Me cuesta entender el sentido de aparecer en este momento, en este lugar, y de desaparecer después. Tenemos fecha de caducidad y eso no deja de sorprenderme. No he llegado a consenso sobre la vida después de la vida. Creí en el cielo durante muchos años, en la reencarnación supongo que hasta ahora, pero tampoco me deja tranquila. No sé por qué existo.

La magia de la filosofía es que lleva miles de años buscando respuestas. Es una cofradía de buscadores incansables. Y quizás las preguntas permanezcan eternamente, pero eso no le quita valor - a mi juicio, le agrega - al hecho de que haya quienes no se limiten a mirar cómo pasa la vida, si no se empeñen en comprenderla. Pienso que Jostein Gaarder hizo un trabajo maravilloso. Se lo agradezco desde lo más profundo.

viernes, 1 de abril de 2011

Los puentes de Madison, dirigida por Clint Eastwood

"This kind of certainty comes but once in a lifetime".
Robert Kincaid.

Debo haber visto esta película hace 13 años. Yo tenía 13 en ese tiempo, y no la encontré ni tan romántica ni tan entretenida ni tan nada como la encontraba todo el mundo. Me parecía que el amor adulto nunca iba a tener esos matices intensos del adolescente. Estaba segura de que mi pololo (mi primer pololo) iba a ser el único y el último. Y, aunque la grabé en VHS, "Los puentes de Madison" pasó al más absoluto olvido. Tenía una vaga noción de los paisajes y listo.

Ayer la vi de nuevo. Me emocioné. Me di cuenta de que ése es el amor en el que siempre he creído, que encontré un día lunes que me subí a un ascensor en el centro. Yo me quedé con mi fotógrafo. Y me pregunto si hay alguna forma de tomar decisiones basadas en la propia felicidad sin ser profundamente egoísta. Pero no sé. Quizás el egoísmo sea la base, el punto de partida para cualquier decisión que no sea socialmente aceptada. Aunque sea - tal vez -  la más correcta.

Francesca fue tan valiente quedándose como hubiera sido partiendo. Pero eligió el altruismo, la generosidad, la conciencia. Perdió sus sueños para que otros pudieran cumplir los propios. Yo no quise, y no me arrepiento. Éste es el tipo de certeza que se tiene una sola vez en la vida, que conmueve hasta los huesos, que me tiene mirando por la ventana el día nublado y pensando que jamás había sido tan feliz como hoy.