martes, 12 de junio de 2012

La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne


Hace unos días empezaron a llegar los mails. En diciembre se cumplen diez años desde que salí del colegio, y por supuesto las mismas personas que durante la época escolar organizaron miles de eventos, ya se están preparando para la ocasión. Una noche - o tarde, o fin de semana, qué se yo - de reencuentro.

No sé si vaya. Y no sólo porque vivo a mil kilómetros. La verdad es que quisiera tener ganas de saber qué ha pasado con tantas vidas en tantos años. Pero no me pasa nada. Mi etapa escolar no fue una etapa feliz. Y quizá ni siquiera fue culpa de ellas - las flacas, bonitas y populares ellas. Quizá no fue culpa de nadie. Es sólo que a veces anhelo sentir una nostalgia que no existe. ¿Vale la pena el intento por reconciliarse con el pasado?

A lo largo de mis veintisiete años, nunca he podido evitar sentirme un poco como Hester Prynne. Como si llevara una letra escarlata en el pecho, una marca de la sociedad para recordarme - y recordarles - que somos diferentes. Que no pertenezco. Que aunque podemos mirarnos de repente, una vez cada diez años, es difícil que nos lleguemos a ver.

lunes, 4 de junio de 2012

The Southern Vampire Mysteries, de Charlaine Harris

A pesar de que no siento ninguna necesidad de justificarme, sí estoy dispuesta a admitir que estoy leyendo basura. Libros de lo más obvios y básicos. Novelas comerciales destinadas a crear series de televisión de alto rating. Y qué tanto. Me gustan.

Todo partió cuando compré un tablet chino ultra barato que me cambió la vida y le instalé la aplicación Kindle. Ahora puedo leer siempre, sin acarrear mamotretos de seiscientas páginas que pesan en cualquier mochila, sin preocuparme de apagar la luz porque es muy tarde y mi marido quiere dormir y sin pensar qué esquina de página debí haber doblado pero no lo hice porque odio doblar los libros. Todo este preámbulo para contar cómo fue que llegaron a mis manos las doce entregas de The Southern Vampire Mysteries, escritas por Charlaine Harris y emitidas - antes, durante o después, no tengo idea - por HBO bajo el nombre de True Blood.

Sookie Stackhouse, la protagonista, me cae bien. En el libro uno es bien pueblerina y puritana, pero con el paso del tiempo se vuelve ruda. Pero ruda de verdad. Aunque mantiene siempre una línea de comportamiento que permite reconocerla todavía en el libro doce como la niña rechazada. Es que Sookie puede leer mentes. Y se enamora de un vampiro - de dos en realidad - y tiene un romance con un hombre lobo. Suena como a Crepúsculo, lo sé. Pero el asunto es que, a pesar de todo, Sookie no le rinde cuentas a nadie. Hace lo que tiene que hacer, lo que quiere, lo que siente que es correcto. Y todo lo demás le da lo mismo. Tal como debe ser.