martes, 12 de junio de 2012

La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne


Hace unos días empezaron a llegar los mails. En diciembre se cumplen diez años desde que salí del colegio, y por supuesto las mismas personas que durante la época escolar organizaron miles de eventos, ya se están preparando para la ocasión. Una noche - o tarde, o fin de semana, qué se yo - de reencuentro.

No sé si vaya. Y no sólo porque vivo a mil kilómetros. La verdad es que quisiera tener ganas de saber qué ha pasado con tantas vidas en tantos años. Pero no me pasa nada. Mi etapa escolar no fue una etapa feliz. Y quizá ni siquiera fue culpa de ellas - las flacas, bonitas y populares ellas. Quizá no fue culpa de nadie. Es sólo que a veces anhelo sentir una nostalgia que no existe. ¿Vale la pena el intento por reconciliarse con el pasado?

A lo largo de mis veintisiete años, nunca he podido evitar sentirme un poco como Hester Prynne. Como si llevara una letra escarlata en el pecho, una marca de la sociedad para recordarme - y recordarles - que somos diferentes. Que no pertenezco. Que aunque podemos mirarnos de repente, una vez cada diez años, es difícil que nos lleguemos a ver.

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