jueves, 22 de diciembre de 2011

Hacia el fin del mundo, de José Ignacio Valenzuela

Estoy leyendo en cantidades. Es parte de mi pega - mi parte preferida, por cierto. Pero eso no quiere decir que esté leyendo libros buenos. O entretenidos. O bien escritos. Aunque algunos me sorprenden gratamente. Como éste.

El primer tomo de la "Trilogía del malamor", del guionista de muchísimas teleseries de mi adolescencia, José Ignacio Valenzuela, es un lujo. Me encantó. Después de tantos vampiros y hombres lobo - defensora a ultranza de Crepúsculo, pero ya es demasiado - encontrar la historia de una leyenda antigua que se vuelve realidad se agradece. La protagonista es universitaria, tiene un Iphone que adora y viaja en bus hasta Almahue, un pueblo de poquísimos habitantes a casi dos mil kilómetros de la capital, donde pierde todo acceso a la tecnología y queda sólo ella con ella.

Lo que quiero decir es que no es una historia de fantasía, aunque lo parezca. Una comunidad formada por gente destinada a morir si es que se enamora es sólo el punto de partida. La esencia del libro es otra, que tiene que ver con la intensidad de los diecinueve años, con la libertad y el amor, con el viaje de encuentro con nosotros mismos. La protagonista es tan real como era yo a su misma edad, cuando pasé más de diez horas en un bus con mi mejor amiga sólo para ver a mi ex, a quien juraba amar con locura.

Por ahora, espero con ansias la segunda parte. A ver si sigo encontrando tan buenas historias en medio de una literatura juvenil que a veces pareciera haber perdido todo rastro de juventud.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El barón rampante, de Ítalo Calvino


Durante seis años, ser vegetariana fue lo único estable en mi vida. Cambié de casas, trabajos y pololos como nunca. Empezaba algo y me aburría al tiro. Mis veinte y más se transformaron en una época vertiginosa, esa que me imagino recordaré cuando esté vieja y arrugada, esa de la que a pesar de las caídas y los golpes no me arrepentiría jamás, porque es la época que me ha convertido en quien soy ahora, a la puerta de mis veintisiete dulces veranos.

El jueves volví a comer carne.

Creo que a veces tenemos que emprender viajes largos y dar vueltas en círculo antes de llegar a algún lugar y a algún momento que valgan la pena. En mi caso, ese lugar es acá y ese momento es ahora. Casada con el amor de mi vida, trabajando en mi verdadera vocación que siempre fueron los libros, viviendo en una ciudad maravillosa y con la certeza de que no necesito buscar más estabilidad en cosas externas porque al fin, después de tanto, la encontré en mí.

Y pienso en alguna historia que me represente y me cuesta un poco, pero elijo la que acabo de leer. "El barón rampante". Cosimo emprende una búsqueda noble, de una manera que nadie comprende. Vivir en los árboles debe ser algo así como vivir desde afuera. En un mundo propio. Y si bien Rondó y yo elegimos caminos distintos, es la conciencia de la libertad la que nos une. Y aunque nunca sepamos en realidad si nuestros esfuerzos serán valorados por los demás, tampoco nos importa. Nosotros sabemos que todo ha valido la pena.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Romeo y Julieta, de William Shakespeare

Me gustan los amores imposibles. Siempre me han gustado. Incluso en la adolescencia, cuando estaba segura de que nunca me casaría porque el amor es eterno mientras dura y nada más, me gustaban. Por eso después de descubrir Romeo y Julieta - gracias a la película de Leonardo DiCaprio a mis dulces doce años - lo debo haber leído unas veinte veces.

Lo que más me encanta de esta historia es que no es una tragedia, aunque lo parezca. ¿Cómo va a ser trágico que dos personas destinadas al odio, o en último caso a la más profunda indiferencia, se conozcan y se enamoren tanto que no puedan concebir la vida sin compartirla? No puede ser una tragedia que Romeo renuncie a su nombre porque a Julieta le molesta. Y menos que alcancen a casarse en secreto, que se escondan, ni que estén dispuestos a perderlo todo en nombre del amor.

Como defensora de los romances, siempre esperé que algo así me pasara. Que en el momento menos pensado apareciera alguien que remeciera mi mundo. Hasta que me pasó.

Quedaban dos meses para mi matrimonio cuando me subí al ascensor donde vi por primera vez al amor de mi vida. Contra todo lo que se esperaba de mí - y contra viento y marea, y contra las fuerzas enemigas, y contra lo que quisieran - me quedé con él. Han pasado dos años y medio. Hoy puedo decir, con la misma certeza del primer día, que fue lo correcto. El amor siempre es lo correcto y eso Romeo y Julieta lo supieron. Basta para que este libro no sea una tragedia, sino una de las más lindas historias de la historia.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Cuando Hitler robó el conejo rosa, de Judith Kerr

Es increíble cómo vivir en una ciudad chica, alejada de todo, puede hacer que se olviden tan rápido los grandes problemas de la humanidad. Y no sólo de la humanidad. También del país, de Santiago, de la familia. Porque claro, es distinto cuando uno está ahí, viviendo con los problemas, respirándolos y tragándoselos todos los días.

Desde acá, a más de mil kilómetros, resulta fácil distraerse. Dejar de pensar en los motivos de los estudiantes para armar barricadas en las avenidas, y en las marchas por la diversidad, y en los asaltos, asesinatos y enfermedades. Es fácil quedarse en cambio con la mirada fija en el atardecer y los volcanes, en el lago tan quieto, en la lluvia fuerte aunque casi sea verano. Sentir en lo más profundo la paz. Volver a dormir tranquila. No sé si será mejor o peor para la conciencia universal. Sí sé que en medio de esta calma puedo leer a veces más de un libro al día, puedo retomar mis sueños de infancia, puedo perderme en las calles de tierra en mi bicicleta y ser inmensamente feliz. Puedo caminar con mi marido por la playa y hacer picnics en el bosque y ver programas fomes en la tele porque no necesitamos nada para sentir que la vida tiene sentido. Basta con estar juntos.

¿Por qué pienso en esto ahora? Porque leí "Cuando Hitler robó el conejo rosa" y entendí perfecto a Anna cuando se dio cuenta de que ser refugiada no era tan malo si es que se mantenían unidos. No importa si el cielo y el infierno se suceden para siempre en nuestras vidas. Lo importante es tener con quien enfrentarlo todo.

viernes, 28 de octubre de 2011

Canta la hierba, de Doris Lessing

Hace dos días terminé "Canta la hierba". Es un libro de esos que empiezan por el final - el asesinato de la protagonista inglesa a manos de su sirviente sudafricano - y que permiten que todo el resto de las páginas se concentren en la historia.


Mary es una mujer solitaria. Siempre lo ha sido. Vive en la ciudad, trabaja como secretaria y tiene muchos amigos. Pero basta con que, en algún  momento, escuche que no está hecha para el matrimonio, para que le den unas ganas locas de casarse con el primero que se lo proponga. Y eso hace. Termina viviendo en una granja desolada, empobrecida casi al extremo de la locura, y en absoluta infelicidad conyugal. Así parte (o termina) su vida de verdad.

Creo que la magia de la literatura es que permite encontrar en un par de páginas miles de respuestas, y que, a la vez, queden por responder miles de preguntas. En este libro en particular, me quedo con la sensación de que hay personas que nunca conocen el amor en ninguna de sus formas. A Mary no la quiere nadie. A Dick, su marido, tampoco. Y a Moses, el sirviente, no lo sé. Quizá. Doris Lessing es experta en que, al final, nada en el mundo sea muy claro.

domingo, 7 de agosto de 2011

Óyeme con los ojos, de Gloria Cecilia Díaz

"Óyeme con los ojos" es un libro precioso. Y es que a pesar de que el argumento pueda parecer triste - se trata de un niño que quedó sordo después de un accidente - o el título sonar a texto de autoayuda, la historia es muy linda y está contada de una manera brillante.

Horacio, el protagonista, tiene la capacidad de ver más allá de lo evidente. A diferencia de los demás miembros de su familia, no le asustan las personas distintas. Es un niño sordo que nunca va a volver a oír, pero escucha de otra manera. Descubre lo que la gente esconde y piensa por sí mismo. Rompe los mitos de una discapacidad que él sabe que a veces asusta.

"Óyeme con los ojos" es un libro pensado para niños, pero no tiene nada de infantil. Me encantó de verdad.

viernes, 15 de julio de 2011

Pasiones del espíritu, de Irving Stone


Si algo he aprendido en estos cinco meses de cesantía, es a tener paciencia. Algo que, por algún motivo, no había logrado nunca antes en mi vida. Pero claro, cinco meses es nada. Eso me queda claro después de haber leído la biografía de Freud.

Sigmund - Sigi, para los amigos - tuvo que soportar años de frustraciones. Rechazaban sus ideas, lo rechazaban a él, rechazaban todo. La sociedad no lo quería. Pero de alguna manera se mantuvo firme en su camino y llegó a ver su nombre grabado en granito. Algo que varias veces dijo que no le interesaba, pero que en realidad era su motivación más grande.

No acostumbro a leer biografías. Pero como mi principio es leer todos los libros que me presten, leí a Irving Stone. Y lo amé. A diferencia de las biografías que se limitan a hechos científicos o históricos según sea el caso, en "Pasiones del espíritu" está toda la historia de Freud. Desde que estudiaba medicina y era más o menos pobre, hasta que se casó con el amor de su vida y terminó convirtiéndose en el fundador del sicoanálisis. Stone no le tiene miedo a los detalles, y eso es fascinante. Claro que no resultó un libro fácil. Sí resultó una experiencia enriquecedora, completa y compleja, donde pude conocer las miles de aristas de quien, para mí, se acaba de convertir en un genio incomprendido.

Por eso, como Freud, decido tener paciencia. Quizá algún día yo también cumpla todos mis sueños y vea mi nombre grabado en granito. O en la portada de un libro.

miércoles, 1 de junio de 2011

Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer

Me acuerdo que cuando vi esta película, hace unos cuatro años creo, me encantó. Le encontré linda y trágica. Un universitario buscando la libertad y aislarse del mundo frívolo y vil me parecía el tema perfecto para mis 22. Pero claro, ahora leí el libro y fue distinto. Me costó encontrar en mí los rasgos de Chris McCandless que antes me parecían tan cercanos. De hecho, me cayó un poco mal. Ahora pienso que su soberbia lo terminó matando. 

Independiente de eso, el libro es un buen reportaje. A pesar de que Krakauer es alpinista y se sintió identificado con esta historia - o quizá por eso mismo - logra mantener cierta distancia y contar los hechos de una forma más o menos objetiva. Durante su investigación habló con mucha gente,  visitó los lugares donde había estado McCandless y leyó los mismos libros que él. Su trabajo queda reflejado en el texto. Sí me pareció un poco lento, aunque era esperable. Debe haber sido difícil seleccionar qué contar.

El sábado fuimos con mi novio a un parque nacional y caminamos durante tres horas en medio de árboles y cruzando pozas y ríos y escuchando cantar a los pajaritos. En ese momento pensé que no vale la pena venir al mundo si no lo conocemos. Pasar toda la vida en el ruido de la ciudad no nos va a entregar grandes revelaciones sobre quiénes somos. La naturaleza es lo único permanente. Un alerce que lleva más de dos mil años en el mismo lugar ha sido testigo de mucho más de lo que yo veré en mi vida. Estaba ahí muchísimo antes de que yo fuera a nacer y ahí seguirá cuando me muera. 

Entonces, claro, en cierta forma entiendo a McCandless. Es sólo que no comparto su escala de valores.

lunes, 23 de mayo de 2011

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

Acabo de terminar de leer y siento que algo me pesa.
Que me falta un poco el aire.


Ayer estábamos con mi suegra en el aeropuerto mirando libros, y de repente le dije que tenía muchas ganas de leer "La elegancia del erizo". Me lo regaló. Y aquí estoy ahora, acostada en el sillón del living frente al fuego, tratando de procesarlo. No sé si la historia me dejó triste, esperanzada, nostálgica, o todo a la vez. Sí sé que si tuviera que elegir un solo estilo para leer el resto de mi vida, sería éste. El de historias sencillas contadas de forma inteligente, donde la soledad, la felicidad y el sentido de la existencia son los temas en torno a los que transcurre todo lo demás.

Muriel Barbery no estudió para ser escritora, y quizá eso mismo la convierte en una escritora excelente. Filósofa francesa, no se queda en las vaguedades obvias que cualquiera podría esperar de su profesión - y de su procedencia, a mi juicio los franceses tienden a ser rebuscados -, sino que convierte las divagaciones sobre la belleza y el arte en el sentido más profundo de la vida. Para mí, que he pasado veintiséis años tratando de encontrar ese sentido, este libro es un regalo invaluable. Soy consciente de la mortalidad y de que nada dura para siempre. Las dos son certezas me angustian y me liberan. Creo que a los personajes de Barbery les pasa un poco lo mismo.

"Quizá estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren".
Paloma.

viernes, 13 de mayo de 2011

Come, reza, ama, de Elizabeth Gilbert

Ayer, una amiga a quien quiero mucho me entregó varios libros. Me dijo que leyera éste primero. Le hice caso y lo acabo de terminar, envuelta en una frazada - hace frío acá - mientras ordeno mis ideas para escribir. No he visto la película, y no tenía muy claro a qué atenerme con una historia que tan rápido se convirtió en best seller. Pero me encantó. Disfruté cada página como si hubiera formado parte de esa jornada de autoconocimiento que muchos deben haber considerado un lujo pero que yo considero una responsabilidad de las más importantes. Conócete a ti mismo, decían los griegos, y tenían razón.

Me gustan las historias cotidianas. Me gusta que la gente escriba sobre lo que hace y lo que piensa, porque siempre he creído que todos somos más o menos lo mismo y, cuando leo este tipo de historias reafirmo mi creencia. Fue fácil identificarme con Elizabeth y su constante búsqueda de respuestas. Disfruté tanto su paso por Italia que ahora sólo pienso en un plato de tallarines. Su viaje por India me hizo anhelar la espiritualidad. Y aunque de Indonesia no logré pensar en nada que me hiciera falta - ya voy a cumplir tres meses de vacaciones casi ininterrumpidas - me gustó la sensación de equilibrio final.

Si tuviera que explicar de qué se trata "Come, reza, ama", diría que es la búsqueda que hacemos todos, todos los días, pero concentrada en un año y tres países. La búsqueda consciente de la felicidad, de la paz, de nosotros mismos. Es un libro que me hizo reír mucho y llorar un poco, y eso siempre es bienvenido.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La caída de los gigantes, de Ken Follett

A diferencia de mi mejor amiga, soy mala para la historia novelada. Me cuesta leer sobre hechos reales de hace tanto tiempo, de tanta importancia, sin saber si lo que estoy leyendo pasó de verdad. Porque además soy mala para la historia en general. Pero bueno, acostumbro a leer todos los libros que me prestan, así que leí a Ken Follett y supe después de mil páginas que la I Guerra Mundial la perdió Alemania. No me acordaba. Culpo un poco a mis profesoras del colegio - no a todas, que conste - que convertían los hechos históricos más entretenidos en un montón de fechas y gobernantes imposibles de recordar.

"La caída de los gigantes" me entretuvo. A pesar de que me costó empezarlo, resultó ser un texto ágil, con muchos personajes bien definidos y verosímiles que se cruzaban en lugares y momentos diferentes, con un par de protagonistas femeninas de lo más inteligentes y defensoras de los derechos de las mujeres en una época en que era mucho peor visto que ahora. Y eso que todavía no todos miran la igualdad de género con buenos ojos, aunque se empeñen en hacer que creamos lo contrario.

¿Lo recomendaría? No sé. Puede resultar largo para alguien que no tenga demasiado tiempo disponible para la lectura. Probablemente si estuviera trabajando - como espero que ocurra luego - me habría costado bastante más enganchar con Follett. Mucha descripción y muchas conversaciones políticas para mi gusto. Pero también un montón de anécdotas interesantes y buenos diálogos, además de relaciones complejas y triunfos de esos que dejan un sabor dulce. Un prescindible para quienes prefieran la literatura abstracta y un infaltable para los fanáticos del realismo. Ése sería mi veredicto.

jueves, 21 de abril de 2011

Como agua para chocolate, de Laura Esquivel

Me encanta la lluvia. Amo sentarme a mirar por la ventana cómo se deshace el cielo mientras me tomo un té chai. Además, me hace pensar en historias antiguas, en el sentido de la nostalgia y el amor. Hace que me den ganas de escribir sobre este libro.

Desde que leí "Como agua para chocolate", nunca más pude cocinar sin la certeza de que mis emociones quedarían impregnadas en la comida. Por eso ahora cuando preparo queques o tortas trato de pensar en cosas dulces, como mis navidades de chica y el momento exacto en que conocí a mi novio. Si la comida es salada, en cambio, a veces prefiero recordar noches de carrete en la playa con mis amigas, o el borde de un vaso de tequila margarita. Para lo amargo soy experta. La adolescencia me dio bastante material. Y si es ácido, bueno, me río un poco de la gente mientras cocino y listo. Qué decir de lo agridulce. Ahí no necesito pensar en nada. La vida entera es agridulce.

Esquivel escribió una historia a través de la comida. Yo preparo comida en base a historias. Y si algo me han entregado estos dos meses en el sur, ha sido mi creatividad de vuelta. Esa misma que había perdido en la oficina del piso dieciséis. La que me permite cocinar como si fuera lo único y lo más importante, como si cada cucharada de arroz con leche y cada pedacito de quiche de cebolla tuviera también un pedacito de mí. Por eso le agradezco a Laura y a la lluvia. Por regalarme instancias para descubrir mi alma.

lunes, 18 de abril de 2011

Inefable

Anoche, mientras no podía quedarme dormida, pensaba que quizá lo que me falta es escribir. Es que antes yo escribía siempre. Tenía mis cuadernos, mi blog que hacía las veces de diario de vida, y un montón de papeles sueltos que llenaba con ideas en cafés o restaurantes. Ahora, en cambio, me cuesta. Y no es por falta de tiempo, eso está claro. Pueden ser falta de ideas. Falta de  realidad. Falta de fe. Qué sé yo. Lo cierto es que necesito escribir. Cualquier cosa. Y que me lean. Como cuando estaba en el colegio, y hacía pública mi vida privada con letras de colores.

Es cierto, ahora cocino. Veo películas viejas. Bordo. Leo. Camino mucho más que antes, por lo menos mucho más que todas las veces en que he tenido trabajo estable o cualquier otra responsabilidad. Pero las palabras se me quedan atascadas en la mano, pierdo los lápices, dejé mis cuadernos en Santiago - no tengo claro por qué, a veces pienso que para no dejar espacio a la nostalgia - y siento el vacío de no tener nada que decir.

Puede que no escriba bien, que nunca llegue a cumplir el sueño eterno de publicar algo, que mis nociones vagas de la realidad no le interesen a nadie más que a mí, pero ninguno de esos debiera ser motivo para quedarme callada. Cuando no escribo es como si me quitaran la voz, como si me encerraran en un lugar oscuro y solo, como si ya no pudiera sentir. Como si me faltara el aire.

Hoy no encontré ningún libro para explicar lo que me pasa. Es temprano. Miro el fuego prendido y la mañana un poco oscura y escucho a Joaquín Sabina.

martes, 5 de abril de 2011

El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder

Filosofía fue mi carrera frustrada. Ahora que han pasado algunos años, pienso que hubiera dado un poco lo mismo si hubiera terminado siendo filósofa en lugar de periodista, pero al momento de decidir no se me hubiera ocurrido. Los filósofos no tienen pega, pensaba. Como si los periodistas tuviéramos.

"El mundo de Sofía" fue una revelación para mí. Me di cuenta de que no era la única que se cuestionaba el sentido de la existencia a los quince años. Ayer lo encontré en un café de Puerto Montt y lo empecé a leer de nuevo. Y me sigo preguntando lo mismo. De dónde venimos, hacia dónde vamos, quiénes somos. Me doy cuenta de que antes de nacer yo no existía pero el mundo sí, y que va a seguir existiendo después de que yo muera. Me cuesta entender el sentido de aparecer en este momento, en este lugar, y de desaparecer después. Tenemos fecha de caducidad y eso no deja de sorprenderme. No he llegado a consenso sobre la vida después de la vida. Creí en el cielo durante muchos años, en la reencarnación supongo que hasta ahora, pero tampoco me deja tranquila. No sé por qué existo.

La magia de la filosofía es que lleva miles de años buscando respuestas. Es una cofradía de buscadores incansables. Y quizás las preguntas permanezcan eternamente, pero eso no le quita valor - a mi juicio, le agrega - al hecho de que haya quienes no se limiten a mirar cómo pasa la vida, si no se empeñen en comprenderla. Pienso que Jostein Gaarder hizo un trabajo maravilloso. Se lo agradezco desde lo más profundo.

viernes, 1 de abril de 2011

Los puentes de Madison, dirigida por Clint Eastwood

"This kind of certainty comes but once in a lifetime".
Robert Kincaid.

Debo haber visto esta película hace 13 años. Yo tenía 13 en ese tiempo, y no la encontré ni tan romántica ni tan entretenida ni tan nada como la encontraba todo el mundo. Me parecía que el amor adulto nunca iba a tener esos matices intensos del adolescente. Estaba segura de que mi pololo (mi primer pololo) iba a ser el único y el último. Y, aunque la grabé en VHS, "Los puentes de Madison" pasó al más absoluto olvido. Tenía una vaga noción de los paisajes y listo.

Ayer la vi de nuevo. Me emocioné. Me di cuenta de que ése es el amor en el que siempre he creído, que encontré un día lunes que me subí a un ascensor en el centro. Yo me quedé con mi fotógrafo. Y me pregunto si hay alguna forma de tomar decisiones basadas en la propia felicidad sin ser profundamente egoísta. Pero no sé. Quizás el egoísmo sea la base, el punto de partida para cualquier decisión que no sea socialmente aceptada. Aunque sea - tal vez -  la más correcta.

Francesca fue tan valiente quedándose como hubiera sido partiendo. Pero eligió el altruismo, la generosidad, la conciencia. Perdió sus sueños para que otros pudieran cumplir los propios. Yo no quise, y no me arrepiento. Éste es el tipo de certeza que se tiene una sola vez en la vida, que conmueve hasta los huesos, que me tiene mirando por la ventana el día nublado y pensando que jamás había sido tan feliz como hoy. 

martes, 29 de marzo de 2011

La razón de los amantes, de Pablo Simonetti


Evité leer a Simonetti hasta que fue inevitable (apareció este libro encima de la mesa en un café literario al que voy siempre) y me cargó. Lo encontré clasista, lleno de lugares comunes, insustancial, fome. Me pareció que sus personajes eran prototipos exagerados de la realidad y, sobre todo, que él quería parecer ondero y cool citando lugares, colegios y barrios relacionados con la sociedad santiaguina ultra tradicional y la peloláis que quiere ser alternativa.

"La razón de los amantes" tiene una trama intrincada, que podría haber resultado interesante y ágil en manos de un autor menos soberbio, menos rococó y menos afectado, pero que en manos de Simonetti pierde su sentido profundo - la confusión del protagonista sobre todo lo que conoce en la vida y cómo enfrentar los cambios que cree querer - y se convierte en un montón de anécdotas absurdas, de ideas inconexas y de alusiones políticas que no tienen absolutamente nada que ver con el desarrollo de la historia.

No creo que vuelva a leer a Simonetti nunca más. Tengo mejores libros en los que invertir mi tiempo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson

Tengo varios clásicos pendientes. Éste era uno de ellos y, en mi visita a Santiago, lo compré muy barato en una librería de Providencia. Claro que yo pensé que todo el libro era sobre Jekyll y Hyde. Pero no. Por lo menos en esta versión aparecían otras tres historias: El club del suicidio, El diablo de la botella, y Olalla. Nunca había leído a Stevenson. Me gustó, aunque yo pensé que me iba a gustar más.

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde fue el libro perfecto para mi paso por la capital, que me dejó más segura que nunca de que no echo nada de menos el metro, ni el Transantiago, ni las millones de personas que repletan las calles. Yo sé, no ha pasado tanto tiempo, y puede que eventualmente sí me falte un poco más de caos en la vida cotidiana. Por ahora no. Nada. Me sentí un poco como los personajes de Stevenson. Con dos aspectos tan definidos y tan distintos. Feliz de ver a la gente, al mismo tiempo que abrumada por la realidad.

Además, siempre he pensado que dentro de mí hay dos Caros. Está la Carolita - dulce, amorosa, simpática, divertida, acogedora, comprensiva - y la Carolina - caótica, desordenada, impulsiva, egoísta, mal genio, irónica. En general conviven bastante bien, y me convierten en mí. A veces alguna predomina. Y mientras en Santiago tiende a aparecer con más frecuencia la segunda, acá en el sur soy casi siempre la primera. Eso es lo que me confirma que tomé la decisión correcta.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez

No sé si aprecié realmente este libro cuando lo leí. Estaba en el colegio, en tercero o cuarto medio, descubriendo la magia del realismo mágico de García Márquez y me pareció una de las historias más románticas de la vida. Que Florentino esperara a Fermina durante 53 años, no podía ser más que amor.

Hoy no pienso lo mismo. Hoy se me ocurre que quizá Florentino tuvo miedo de conocer de verdad a otra, que Fermina fue mucho más feliz de lo que esperaba y que claro, quizá el encuentro tenía que ser a los setenta años, no a los veinte. ¿Lo habría querido ella, siempre elegante, si él hubiera seguido siendo telegrafista? ¿Habría podido pasar él el tiempo sin esas 622 mujeres? Ni Florentino ni Fermina hubieran sido los mismos que después de tanto partieron de viaje en un barco vacío.

Si algo he aprendido, es que el amor se construye todos los días. Que las ilusiones no son más que ilusiones. Que sólo conocemos a las personas con quienes compartimos la vida. Y a veces ni siquiera. Conocernos a nosotros mismos ya resulta suficientemente complejo.

Al final, lo que quiero decir es que "El amor en los tiempos del cólera" puede ser un libro de esperas, de sueños, de magia, de locura, de cuerpos viejos y espíritus jóvenes, de experiencias y cartas. Pero no es un libro de amor. Hoy, eso lo tengo claro.

lunes, 14 de marzo de 2011

(500) days of Summer, dirigida por Marc Webb

Espero me perdonarán que escriba de películas de repente en un blog de libros, pero es un hábito que pienso adoptar.


Desde la primera vez que la vi, (500) days of Summer se convirtió en una de mis películas preferidas. Entiendo a Summer. Sé que es egoísta y egocéntrica, y que no tiene la capacidad de ver más allá de sí misma, pero me atrevo a pensar que no es su culpa. La vida le ha enseñado que nada es para siempre, y ante eso lo más fácil - lo más seguro, lo más lógico - es mantener distancia, sin importar quiénes queden golpeados en el camino. 

No soy tan bonita como ella, ni tengo ese estilo alternativo sesentero (a pesar de que inspiró mi corte de chasquilla), pero no puedo dejar de sentirme identificada con su personaje. Las desilusiones y los golpes, y sobre todo la soledad, convierten a las mujeres en frías, ajenas y un poco inmunes a los dolores de cualquiera que no sean ellas mismas. Que me quieran no implica nada. Me pueden dejar de querer mañana y, ante eso, mejor me guardo mis emociones. Lo paso bien, me río y me olvido. Hasta que llega una persona que lo cambia todo.

Si Summer no se queda con Tom no es porque él no sea un buen hombre, ni porque ella sea una mala mujer. Es porque no nacieron para estar juntos. Summer es capaz de amar profundamente - a otro, claro, pero es capaz - y Tom sale de la inercia en que llevaba sumido varios años y decide forjar su propio camino. Con eso debiera bastar para entender que ciertas personas aparecen en las vidas de otras sólo para que puedan darse cuenta de lo que 
en realidad les hace falta. Nada más.

"Look, I know you think she was the one, but I don't. Now, I think you're just remembering the good stuff. Next time you look back, I, uh, I really think you should look again".
Rachel Hansen.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La isla bajo el mar, de Isabel Allende

Había dejado de leer a Isabel Allende hace varios años, cuando "La ciudad de las bestias" se sumó a otras decepciones varias, como "La casa de los espíritus", "El plan infinito" y "La hija de la fortuna". Lo que pasa es que cuando me prestan un libro, yo lo leo. Siempre. Y éste fue el caso.

"La isla bajo el mar" me entretuvo, pero nada más. No sentí compasión por los esclavos torturados, ni pena por los personajes muertos, ni siquiera inquietud por el futuro de la familia desintegrada que protagoniza la historia. Me pareció superficial. Lleno de lugares comunes. Como si la autora hubiera querido abarcarlo todo - la esclavitud, las torturas, las vicisitudes de la vida, la política, la emancipación, la sociedad, las colonias francesas, inglesas y norteamericanas - y no hubiera alcanzado más que a dar un montón de pincelazos en más de quinientas páginas.

Eso con "La isla bajo el mar". Ni bueno ni malo, porque creo que cada quien tiene derecho a leer lo que se le dé la gana y a catalogarlo como quiera. Pero confirma que no me arrepiento de haberme mantenido alejada de la autora. Para mí, sigue sin tener ni un brillo.

viernes, 25 de febrero de 2011

Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

Siempre he sido romántica. A pesar de que pasé gran parte de mi adolescencia (y quizá un poco más) soñando con convertirme en la versión mejorada de la mujer moderna a la que no le gustan los caballeros ni las rosas, al final ganó la ilusión más de una vez. Y eso que nunca había leído a Jane Austen. Estaba segura de que la iba a encontrar demasiado mamona, pasada de época, fome. Pero no podría haberme equivocado más.

Amé a Jane Austen. Sus descripciones de la sociedad inglesa son alucinantes, expresa las emociones tan detallada y simplemente que es imposible no conocer de verdad a los protagonistas de las historias y anhelar pertenecer a esa época donde el amor se sentía tan intenso y tan de lejos. En particular, me gustaron Elizabeth y Darcy, y la intrincada red de acontecimientos que los guían en su relación durante todo el libro. No se trata sólo de una historia de amor tonta y sin sentido. Se trata de peleas familiares, problemas cotidianos, reconciliaciones y afectos que no tienen nada que ver con el siglo en que se viva. Existen siempre.

Leer "Orgullo y prejucio" me hizo sentir profundamente. Me dio pena y risa, ganas de reencantarme con los bordados y las pinturas, de volver a crear, a escribir, de andar a caballo por el bosque, de mirar la lluvia por la ventana suspirando. Doy gracias a Austen por ese respiro de inocencia y paz que tanta falta me hacía.

jueves, 24 de febrero de 2011

Mil grullas, de Yasunari Kawabata

A veces el tiempo pasa demasiado rápido. A veces los libros también.


En mi despedida, la Maga y la Nacha me regalaron "Mil Grullas". Nunca había leído a Kawabata, lo leí recién llegada al sur, y me gustó. Tiene eso de dejar los finales abiertos y las historias a medio contar, y de mezclar realidad y fantasía que hace que no pueda describir de qué se trata - ¿amor, nostalgia, odio, rencor, venganza? - porque quizá se trata de todo un poco.

Me hubiera gustado poder leer más tiempo la misma novela. Que no se acabara tan rápido. Mi vida ha dado de nuevo un giro importante, y me hace falta la certeza de que algunas cosas se mantienen. Que no todo cambia siempre. En otra casa, de otra ciudad, sin un trabajo estable todavía, sin conocer a nadie, sólo tengo a mi novio. Los días que me quedo sola, leo un poco y camino mucho. Miro el lago y los volcanes y sé que están ahí desde antes que yo llegara y ahí van a seguir después de que yo me vaya.

Supongo que de eso se trata la vida.

jueves, 10 de febrero de 2011

Papelucho, de Marcela Paz

Hoy me despedí de Santiago. Anduve en micro hasta Vicuña Mackenna, caminé por el Parque Forestal, me tomé un helado de miel de ulmo en el Emporio La Rosa y cuando llegué a Lastarria compré un Papelucho usado, bien viejo. Una edición de 1986 que era de Paula Gatica A. O por lo menos eso dice en la primera página, en lápiz azul con letras redondas.

Los libros de Marcela Paz deben haber sido los primeros que leí en mi vida. Todavía hay frases notables de algunos que me sé de memoria, como el principio de Papelucho en la clínica - "Por culpa de Casimiro casi muero" - o parte de mi hermana Ji - "Antes, cuando era chico, quería tener una hermana menor para poder mandarla. Pero ahora que la tengo me arrepiento". Papelucho hacía y decía cosas divertidas, hablaba un poco raro y me gustaba (me gusta) por su estilo sencillo y directo.

Hoy caminé desde Seminario hasta Lyon por Providencia, con lluvia y música, pensando en que hay tantas cosas que quizá no voy a hacer nunca más. Entré al café literario, me subí a mi árbol preferido y miré mucho rato el departamento donde viví tanto tiempo y tantas cosas. La nostalgia es tan tonta y tan mía. Tan inevitable ahora. Por eso compré Papelucho. Por eso lo voy a releer, y de hecho, lo releo mientras escribo. Porque si algo me ha enseñado la vida es que lo bueno hay que repetirlo todas las veces que se pueda.

jueves, 3 de febrero de 2011

Mala onda, de Alberto Fuguet

He leído harto a Fuguet, en distintos momentos de mi vida. A veces me ha gustado, a veces no. Pero hoy en la micro venía pensando en qué voy a echar de menos de Santiago, la ciudad que me vio nacer y crecer, y me acordé de este libro.

Puede que Santiago sea esencialmente un lugar mala onda. Las personas no se saludan en la calle, se empujan en lugar de hacer fila y apenas pueden atacan a las promotoras para que les regalen cualquier cosa. Está lleno de edificios y de autos y de tacos. Pero hay detalles de Santiago que me encantan. El parque forestal, por ejemplo. El árbol que quedaba justo frente a mi departamento en Providencia al que me podía subir a escuchar música y llorar. El café Mosqueto. El Patio. Las galerías de libros usados entre Manuel Montt y Salvador. El centro. El cine arte Alameda.

Cuando leí Mala Onda la primera vez debo haber tenido trece años y me cargó. Lo releí mucho después, a los veinte, y me encantó. De hecho, me gustó tanto que empecé a buscar el City Hotel sólo para ver la fachada. Eran las once de la mañana cuando lo encontré y no me dejaron entrar al bar. Después desapareció.

Al final, sólo escribí de este libro para poder escribir de Santiago. Algo. Lo que pienso a tan poco tiempo de partir.

miércoles, 26 de enero de 2011

El Kybalión, de Hermes Trimegisto


Pienso en algún libro sobre el que pueda escribir que me represente en un momento en que estoy tan agradecida de todo, y al final me decido por el Kybalión. Es un texto corto que estuve buscando durante mucho tiempo hace un par de años, sólo porque me había dicho que lo leyera el que yo creía era el amor de mi vida. Después de recorrer todas las librerías del centro de Santiago, se me ocurrió que quizás la solución era internet. Ahí sí estaba. Accesible para todo el mundo. Gratis. "Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender", fue la primera frase que leí.

Era una etapa de incertidumbre. No tenía claro ni quién era yo, ni qué quería, ni hacia dónde estaba dirigiendo mi camino. No me servían ni la autoayuda ni los sicólogos ni las películas filosóficas. Pero me sirvió Hermes. Básicamente, detalla siete principios universales que le dan sentido a todo. El Kybalión es sabiduría de la más antigua. Y hoy, que vivo un estado de profundo bienestar, me acuerdo y agradezco a todos los maestros que me he encontrado en el camino.

martes, 25 de enero de 2011

Cuando el viento desapareció, de Hernán del Solar

Lo admito. Busqué resúmenes de la historia en internet para ordenar mis ideas, pero no encontré nada aparte de los comentarios de miles de personas pidiendo resúmenes. Y eso que debo haber leído este libro unas cinco o seis veces, claro que hace más de diez años que ni siquiera sé dónde está. Tampoco sé si es famoso, o si las críticas son buenas. Pero sí tengo clarísimo que me encanta. Me encantaba, por lo menos.

El protagonista es un hombre joven que, a diferencia de la mayoría de los de su edad, no está interesado en las fiestas y socializar, sino en los estudios. Le gusta leer. Es pobre, pero no tanto. Austero, más bien. Vive con su maestro (o su maestro llega cada cierto tiempo para enseñarle distintas lecciones de vida, no lo tengo muy claro). Un día ve, a través de la ventana, a un grupo de mujeres riendo y jugando con unas flores en el pelo al lado del mar. Y obviamente se enamora de la más linda. Después de esto va a una fiesta que tiene lugar todos los años - algo pasa con un toro - y descubre que esta chica es la hija del gran empresario que domina la economía del pueblo. 

Resulta que el señor millonario tiene una flota de barcos. Lo que hace el protagonista (su nombre empieza con D y me gusta mucho, pero no me logro acordar cuál es exactamente) es que detiene el viento para que los barcos no lleguen a puerto. Algo como: no puedo tener a tu hija, no puedes tener tu imperio. Al final, él aprende una gran lección (como que la vida tiene que vivirse en la calle y no entre libros) y el viento vuelve a aparecer. Fin.

No sé por qué, pero llevo varios días pensando en esta historia. Es linda. Y si encontrara el libro, no dudaría en comprarlo de nuevo. Hernán del Solar la lleva. 

viernes, 21 de enero de 2011

Cartas del diablo a su sobrino, de C.S. Lewis

Siempre me he preguntado el sentido de la vida. No entiendo mucho esto de nacer, crecer y morir. Menos cuando la vida se pasa encerrada en una oficina de nueve a seis, de lunes a viernes, sin aprovechar las horas para disfrutar el sol o la lluvia o los cerros o el pasto.

Cuando estaba en el colegio, y hasta un poco después de salir, fui muy católica. Iba a misa los domingos, cantaba en el coro de la parroquia y en matrimonios, rezaba todas las noches antes de dormir y usaba mi cruz de madera en la muñeca derecha como si fuera un talismán contra los demonios que me perseguían en sueños. Como si algo me hubiera podido defender de mis propios miedos.

Los años, la vida, las noticias, me hicieron dejar la iglesia y perder la fe en un Dios bondadoso y todopoderoso que tomaba demasiadas decisiones arbitrarias. Conocí otras varias religiones y filosofías, me acerqué a los Hare Krishna por mi hermano, a los judíos por un ex pololo, a los sikh por una amiga, a los budistas por libros. Hasta a los testigos de Jehová los leí, y eso que con ellos sí que no comparto nada.

Aunque Jesús sigue siendo mi preferido, nunca más encontré una religión. No es que no crea en Dios. Siempre he sido creyente. Tengo la certeza de una fuerza superior a todo, de la energía del amor que hace que el universo exista y coexista con tantos otros. Me gusta saber que todo es perfecto tal como es. Aunque haya propósitos superiores que no entiendo. Que no pretendo entender tampoco.

Leí "Cartas del diablo a su sobrino" cuando tenía como catorce años. Si bien no podría hacer un resumen de la trama, porque no me acuerdo mucho de qué se trata, sí llevo grabado el mensaje final: la muerte existe para que la vida tenga sentido. Nacemos para morir. Recordar eso siempre me tranquiliza.

lunes, 17 de enero de 2011

El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry

Tengo 26 años. Para algunas personas es poco. Para mí, a veces, es demasiado. Cuando yo era chica siempre pensé que a los 26 años iba a haberlo logrado todo. Un marido, una casa, un trabajo que me gustara de verdad, muchos viajes, un par de hijos. Como si la vida entera tuviera ese único objetivo. Crecer. Y resulta que tengo 26 años y estoy casi donde mismo. A veces me siento como si todavía tuviera 10. O 13. O 20.


Yo sé que todo el mundo ha opinado millones de veces sobre El Principito. Sé que está compuesto por un montón de clichés baratos y frases fáciles, como que sólo se ve bien con el corazón. Pero hoy necesito clichés. Me siento cansada y un poco triste. Aburrida.Desencantada. Necesito volver a creer que el mundo es un buen lugar. Necesito escuchar que lo que más embellece al desierto es el pozo que oculta en algún sitio - y que ojalá, de paso, me digan cuál es ese sitio.

La primera vez que leí El Principito debo haber tenido siete años. Nunca logré ver el elefante dentro de la serpiente, pero puedo decir a mi favor que tampoco vi el sombrero. Desde entonces, las rosas pasaron a tener un valor especial y los zorros a ser animales que hablan. Pero lo que más me gustó del cuento fue la dedicatoria. Todavía hoy, cuando pienso en los rumbos que toma mi vida, la vuelvo a leer. Siento que soy de las pocas personas grandes que recuerdan que antes fueron niños. Y eso me hace bien.


"A LEÓN WERTH

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona grande puede comprender todo; incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Tiene verdadera necesidad de consuelo. Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona grande fue en otro tiempo. Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A LEÓN WERTH
CUANDO ERA NIÑO"

(Antoine de Saint-Exúpery)

martes, 4 de enero de 2011

El niño que enloqueció de amor, de Eduardo Barrios

Siempre he creído que uno puede enloquecer de amor. En serio.
Y hace un tiempo lo comprobé de manera empírica.

Yo estaba a punto de casarme - quedaban menos de dos meses para mi hora en el registro civil - cuando conocí a J. Y me enamoré. No lo pude evitar. Fue verlo y darme cuenta de que el mundo tenía un sentido distinto, aunque fuera absurdo y casi imposible, y, sobre todo, aunque ya fuera feliz tal como estaba. Pero el universo quiso otra cosa. Cómo decir que no. Han pasado casi dos años, y estoy cada día más segura de que no me equivoqué. Enloquecer de amor es como poder comerse todo el chocolate del mundo y saber que nunca se va a acabar. Como despertar todas las mañanas y que siempre sea sábado.

Es cierto que para el niño de la historia no es así. Angélica no puede amarlo de vuelta. Es la representación del amor utópico, imposible. Nadie lo quiere de verdad. Yo creo que al final el niño enloquece de desamor. Y aunque sea un libro triste, me gustan los libros tristes. Me gusta la nostalgia. No sé por qué.