martes, 4 de enero de 2011

El niño que enloqueció de amor, de Eduardo Barrios

Siempre he creído que uno puede enloquecer de amor. En serio.
Y hace un tiempo lo comprobé de manera empírica.

Yo estaba a punto de casarme - quedaban menos de dos meses para mi hora en el registro civil - cuando conocí a J. Y me enamoré. No lo pude evitar. Fue verlo y darme cuenta de que el mundo tenía un sentido distinto, aunque fuera absurdo y casi imposible, y, sobre todo, aunque ya fuera feliz tal como estaba. Pero el universo quiso otra cosa. Cómo decir que no. Han pasado casi dos años, y estoy cada día más segura de que no me equivoqué. Enloquecer de amor es como poder comerse todo el chocolate del mundo y saber que nunca se va a acabar. Como despertar todas las mañanas y que siempre sea sábado.

Es cierto que para el niño de la historia no es así. Angélica no puede amarlo de vuelta. Es la representación del amor utópico, imposible. Nadie lo quiere de verdad. Yo creo que al final el niño enloquece de desamor. Y aunque sea un libro triste, me gustan los libros tristes. Me gusta la nostalgia. No sé por qué.

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