Desde que leí "Como agua para chocolate", nunca más pude cocinar sin la certeza de que mis emociones quedarían impregnadas en la comida. Por eso ahora cuando preparo queques o tortas trato de pensar en cosas dulces, como mis navidades de chica y el momento exacto en que conocí a mi novio. Si la comida es salada, en cambio, a veces prefiero recordar noches de carrete en la playa con mis amigas, o el borde de un vaso de tequila margarita. Para lo amargo soy experta. La adolescencia me dio bastante material. Y si es ácido, bueno, me río un poco de la gente mientras cocino y listo. Qué decir de lo agridulce. Ahí no necesito pensar en nada. La vida entera es agridulce.Esquivel escribió una historia a través de la comida. Yo preparo comida en base a historias. Y si algo me han entregado estos dos meses en el sur, ha sido mi creatividad de vuelta. Esa misma que había perdido en la oficina del piso dieciséis. La que me permite cocinar como si fuera lo único y lo más importante, como si cada cucharada de arroz con leche y cada pedacito de quiche de cebolla tuviera también un pedacito de mí. Por eso le agradezco a Laura y a la lluvia. Por regalarme instancias para descubrir mi alma.

